Atenea Winter,  Blog,  Contenido Inédito ¡Ojalá siempre fuese Navidad!

¡ESCENA INÉDITA! ¿Quieres saber cómo fue el primer San Valentín de Fran y Carlota juntos? Sigue leyendo…

MONTAVES.

UN DÍA PARA SAN VALENTÍN.

FRAN

—¿Hablas en serio?

—No, en broma… Claro que es en serio, Rubén.

—Te has vuelto un jodido moñas, que lo sepas…

—Ríete lo que quieras, cabrón, pero ¿cuento contigo o no?

—¿Tú de verdad te estás dando cuenta de a quién le estás pidiendo ayuda? Cualquiera sabe más que yo de romanticismo —apunta Rubén.

—Bueno, pero tienes manos y con eso me vale para preparar todo, colgar globos, decorar la casa con flores azules y corazones…

—Uy uy uy, ¿tú te estás oyendo? Decorar la casa con corazones… ¡Serás hortera! Lo próximo, ¿qué será? ¿Hacer cisnes con las toallas, como en los hoteles, y llenar la cama de pétalos de rosa al estilo película americana?

—Ehhh no lo había pensado.

—Era cachondeo, por si no lo has deducido por mi tono irónico, tío.

—Decidido, tenemos que conseguir pétalos y unas velitas… Los cisnes nada porque no sabemos hacer eso —reconozco.

—Siempre podemos ver un tutorial en Youtube —dice Rubén tronchándose de risa, buscando en su móvil—. Mira, los hay… ostras, tú, ¡que duran media hora! Eso sí, yo paso, de eso te encargas tú solito.

—Sí sí, ríete, que arrieros somos y en el camino nos encontraremos. Ya me gustará a mí verte el día que te toque hacer algo así o parecido por Isa. Deja los cisnes y seguimos con lo otro.

—Bueeeenooo, espera sentado. Además, no me toques los cojones que sabes que Isa y yo solo somos amigos, no tenemos nada.

—Sí, ya, lo que tú quieras…Ahora lo llaman así.

—Se llama disfrutar de la vida sin compromiso, capullo. Algo que tú llevas años perdiéndote.

—Tal vez Isa pudiera ayudarnos, ¿no?.

—Isa estará feliz de la vida de ayudarte, eso seguro, porque a ella todas estas cursiladas le encantan.

—No son cursiladas…, se llama amor, pero tú no sabes lo que es eso.

—¿Amor? Mis huevos duros. Se llama ser cursi; y déjame decirte que tu novia es moñas y todo lo que tú quieras, pero de cursi tiene cero. Isa, por ejemplo, sí es más de corazoncitos, peluches con el «I love you» y esas cosas. Piensa porque hay bastante diferencia…

—¿Qué eres, el entendido ahora? ¿Quieres que te llame Doctor Amor?

—Bueno bueno, tú sabrás las horteradas que haces.

—Y dale con que son horteradas, qué pesadito. Si es envidia, ya sabes lo que tienes que hacer…Bueno, venga, esta tarde vamos al pueblo de al lado y compramos todo, porque no tengo mucho tiempo.

—Tranqui, que nos dará tiempo a preparar la sorpresa. Eso sí, como a Carlota no le gusten tus ideas de Tenorio de tres al cuarto, me voy a estar riendo de ti por los siglos de los siglos.

Tres horas después llegamos a un bazar y no sabemos por dónde empezar.

—¿No querías globos? Pues empecemos por ahí, ¿no?

—Tienes razón, sí, quiero globos por todos sitios, rojos y azules que son los que le gustan a ella.

—A ver si se cree que os vais a Barcelona, al fútbol —suelta Rubén, tronchado—. Mira que eres hortera, amigo.

—Gracias, estás siendo de gran ayuda. Recuérdame que no te pida favores de este tipo nunca más.

—Anda, no te enfades. Mira, aquí tienes corazones rojos de todos los tamaños, y dorados, y negros también. Bueno bueno, si los tienen hasta brillantes que ponen: «I love you». ¡Mi madre, qué feos!

—Venga, coge uno de cada y de distintos tamaños también.

—¿De esos que llevan cintas horrorosas colgando incluídos? —pregunta Rubén señalando unos globos que están inflados de muestra y que son corazones con rosas dibujadas y cintas que cuelgan del nudo.

—Sí, a Carlota le gustarán. ¿No ves que le gusta mucho recargar todo?

—Pero en Navidad, coño, que no es lo mismo —indica Rubén.

—Bueno, tú cógelo, que no pide pan. Voy yendo a por los pétalos de rosa y las velas, ¿vale? —señalo adelantándome al pasillo de los ambientadores, que es donde están esas cosas.

Rubén llega con una cesta llena de globos y un cacharro de esos de inflar.

—He pillado un inflador también, porque sé que me vas a poner a hinchar globos y no quiero dejarme los pulmones.

—Bien pensado, tío. Yo ya he cogido unos cisnes de cristal que he visto por ahí, en figuritas y dos bolsas de pétalos. Vamos a por las velas, que están ahí un poco más adelante —le digo, señalando las típicas velas de plástico rojo y cera blanca.

—¿Cuáles?

—Esas rojas altas, las de toda la vida. Trae, ya las cojo yo —indico, acercándome rápido a por ellas.

—¡Venga ya, tío!, ¿cómo vas a usar velas de esas? ¡Que son las que ponen las abuelas en la iglesia, para rezar en los altares y cosas de esas! Me descojono contigo, eres peor que yo, y ya es decir.

—¿Y qué velas cojo?

—Las que sean, pero venga, que no vamos a estar aquí toda la tarde.

—Déjame en paz, es nuestro primer San Valentín juntos y quiero sorprenderla de tal manera que se quede sin habla.

—No, si sin habla se va a quedar… querrá salir huyendo cuando vea la casona convertida en la casa de los horrores —se ríe, y yo con él. «Quién me ha visto y quién me ve».

—¿Puedes callarte? Ya te vale, vaya ayuda me he buscado…

—Venga, ya paro. ¿Qué falta?

—Unas copas doradas para brindar, el champán, las fresas y el chocolate.

—¿Para hacer una fondue de esas?

—Ehhh, sí bueno, no…pero también es buena idea.

—Mmmmm, vaya vaya, con que os entretenéis con chocolate, qué pervertidos.

—Rubén, como se te ocurra abrir la boca delante de Carlota me corta los huevos.

—No te equivoques, esos te los va a cortar cuando vea los cisnes esos de cristal horripilantes que has comprado puestos en su casa, donde sea que los vayas a colocar. —Se carcajea de nuevo mi amigo.

—Y dale…, ¿no te cansas?

—No, esto está resultando más divertido de lo que pensaba —reconoce tan tranquilo, mientras pasamos por el pasillo de las flores de plástico.

—Fran. —Se vuelve hacia mí, muy serio—. ¿Y las flores? Porque con poco veo que las coges de estas de plástico que la gente lleva al cementerio y ya sí que Carlota te pone a dormir en la puerta de la calle.

—No, listillo, vaya manera de burlarte de un pobre hombre enamorado. Las rosas azules me las llevan mañana directamente a la casona para que estén frescas.

—Me dijiste que ella volvía mañana al anochecer, ¿no?

—Sí, por lo que tenemos la mañana entera y parte de la tarde para preparar todo. ¿Avisas a Isa?

—Sí, claro, se lo digo ahora cuando llegue a casa, Romeo.

—Menos cachondeíto, que nunca se puede decir de esta agua no beberé…

—Hasta mañana, anda, que ya voy yo a por el resto.

MONTAVES. DÍA DE SAN VALENTÍN.

FRAN

Me levanto nervioso. Espero que el plan salga genial. Muero por ver la cara de mi pequeña cuando tenga delante el sorpresote que le voy a tener preparado para cuando llegue a casa después del viaje.

Al cabo de un rato, Rubén aparece y me cuenta que no podemos contar con Isa hasta por la tarde. Me agobio, ya que es la primera vez que hago algo así y quiero que quede bien. Mi único deseo es sorprenderla, que le encante y disfrutar de una velada especial en su compañía.

Decido que lo haremos todo nosotros…, total, no puede ser tan complicado que quede un ambiente romanticón. «Ya la ayudé antaño a decorar una Navidad y quedó perfecto».

Acordamos empezar por los globos para colgarlos lo primero y luego ya ir viendo dónde poner lo demás.

—Maldición, el inflador no funciona —se queja Rubén.

—¿De verdad? Trae, que pruebo yo.

—A ver si te crees que soy tan tonto como para no saber inflar un globo. He hinchado mil balones a lo largo de mi vida, por si no te acuerdas.

—Nada, no funciona. Nos va a tocar soplar…

—Mecaguenlaleche… ya sabía yo que al final me tocaba. ¿Tú sabes la cantidad de globos que hay?

—No, ¿cuántos cogiste?

—Coge la bolsa y lo ves… como doce grandes de corazones de diferentes tipos y unas cuantas bolsas de globos normales rojos y azules… habrá unos cincuenta-sesenta globos.

—Dios mío, vamos a tardar la vida —calculo agobiado, pues tenemos todo por hacer.

—Venga, machote, que tenemos buenos pulmones y en un plis lo tenemos terminado —me anima Rubén.

Nos ponemos a inflar, y al cabo de un buen rato tenemos el suelo del salón lleno de globos. Nos miramos los dos porque no hay apenas por dónde pasar.

—Y ahora ¿qué? Ya inflados habrá que ponerle el hilo para que se mantengan en pie. Así que, venga, que eso es más laborioso —comenta Rubén.

Y ahí estamos los dos, sentados en el suelo, cortando hilo y anudándolo al cierre de cada globo.

Rubén se levanta a por una cerveza y entonces nos damos cuenta de nuestro error…

—Fran, mira… así puedes esperar a Carlota mañana de pie, detrás de la puerta con el globo.

—Rubén, deja de hacer el tonto. ¿No ves que la hemos cagado?

—¿Y ahora qué ha pasado?

—Pero ¿no ves que los globos no se sostienen de pie, que ese que has cogido está cayendo al suelo? Pufff ¡qué desastre!

—¡Adiosmimadre! ¡Es verdad! ¿Y cómo cojones se sujetan?

—¡Y yo qué sé! A lo mejor los podemos poner en las paredes con cinta aislante o algo para que se queden bien pegados. ¡Mierda, qué fracaso!

—Fran, somos tontos. Mira lo que pone en la funda del globo. —Me enseña Rubén, tendiéndome el cartoncito y la funda en que venía envuelto uno de ellos.

—¿Helio? Esto no puede ser verdad. ¿Cómo no nos hemos dado cuenta?

—A mí no me mires, es lo que tiene no tener hijos y no tener que organizarles fiestas de cumpleaños de esas que parecen bodas…

—Rubén, tienes que regresar a la tienda, volverlos a comprar y que te los inflen allí, que seguro que se puede. Yo mientras me quedo organizando lo demás, porque son las cuatro, se nos ha ido la mañana entera y mira qué mal está todo.

—Y con este arsenal de globos que parece esto un parque infantil, ¿qué piensas hacer?

—Dejarlos por aquí, que adornan…

Rubén se marcha y mientras, yo me encargo de preparar la cena. Pelo las frutas, parto los quesos que he comprado en taquitos y los coloco sobre una bandeja de pizarra que Carlota usa para las tablas de queso del hotel. Preparo la fondue y corto las fresas.

«Así luego solo será poner la vela para fundir el chocolate».

Llevo todo a la mesa, donde, coloco en el centro un arreglo de flores azules que encargué y dos candelabros a los lados. Saco las copas y las pongo también, además de la cubitera en un pie al lado, dejando el champán enfriar. Por último, coloco en el extremo, a modo de adorno, las dos figuras de cristal con forma de cisne que compré ayer. «Espero que le gusten y que Rubén no esté en lo cierto».

«Cena lista, algo es algo».

Arreglo el cuarto de baño, dejando preparada allí otra botella de champán y en la bañera las sales, tan solo a falta de poner unas gotitas de esencia y el agua cuando vayamos a entrar. Esparzo el resto de pétalos por la cama y el suelo, y, conforme salgo de la habitación dejo caer un reguero a mi paso por el pasillo, que completaré con las velas encendidas, que es lo único que falta por hacer.

Voy encendiéndolas y colocándolas en fila desde el salón a la habitación, de una en una, porque en el suelo del comedor, al estar atestado de globos, no cabe ni un alfiler y por tanto no puedo poner. «Lo que me faltaba para completar la ristra de desastres era prender fuego con una vela y los globos».

«Con las velas y las guirnaldas de luces que tenemos colocadas en la chimenea y en la estantería, al apagar la luz será suficiente iluminación», pienso.

Entonces pruebo para ver cómo queda todo a oscuras y cuando enciendo me doy cuenta de que las primeras velas que he puesto, que ya llevan más rato encendidas, están chorreando hacia el suelo toda la cera.

—Esto no me puede estar pasando a mí —me lamento.

—¡A tomar por culo las velas!

—Joder, joder, joder con el puto romanticismo, que luego me digan que es fácil ser romántico y hacer cosas de estas… ¡Una mierda!

Desesperado como estoy, apago todas las velas soplando de una en una. Cojo papel de cocina y de rodillas voy limpiando la cera derramada. Junto todas las velas en un sitio y, me levanto para recogerlas y quitarlas, con tan mala suerte se me cae del bolsillo el botecito de aceite esencial con aroma de fresa que luego tenía que echar en el agua para el baño y se vierte. No sé qué piso, si el aceite o una gota de cera que se me ha debido de pasar al limpiar, y aunque intento esquivar el porrazo, acabo dando de bruces contra el suelo.

En ese momento llaman a la puerta. Me levanto como puedo y tocándome la frente noto un chichón incipiente, pero de los dolorosos.

Con la camisa desgalichada asomando por un lado, el pantalón manchado de cera y el pocino en la cabeza estoy hecho un cuadro y lo noto cuando Isa me repasa de los pies a la cabeza al abrirle la puerta.

—Pero ¿qué haces así? y ¿qué te ha pasado en la frente? Corre, ve a ponerte hielo que se te va a inflar como una pelota de tenis.

—¿Qué ha pasado? ¡Que todo es un jodido desastre! Los globos, que para que se sostengan tiene que ser con helio, las velas que chorrean, la cera se escurre, se me vierte el aceite aromático… No puedo más, todo son inconvenientes. Esta es la primera y última vez que hago algo así.

—Venga, Fran, si Carlota te viera así de desquiciado se partiría de risa. Piénsalo. Y, tranquilo, yo os ayudo con lo que falta y hacemos magia.

—Rubén viene de camino con un montón de globos ya inflados con helio y peanas para que se sujeten. Me lo acaba de escribir en un mensaje. Dice que los globos han colapsado el coche y apenas ve. —Me río, imaginando la escena.

—Venga, pues yo voy a mi casa y te traigo velas de té, que son las que hay que poner en estos casos para la que la cera no chorree, ¿ok? Tú mientras coge y escríbele algo a Carlota, ya sabes que a ella le encantan las cartas. Y se la dejas debajo de la almohada, para que sea lo último que vea hoy antes de ir a dormir.

—Gracias, Isa, os debo una.

Mi amiga se va y yo me siento a escribir, tal y como me ha sugerido. Me parece el colofón perfecto a una noche que espero que sea memorable.

«Todo me parece poco para que mi Sustitos sea feliz».

Enseguida vuelven a llamar a la puerta y cuando abro, solo veo corazones gigantes rosas y rojos y de entre ellos, sale la cabeza de Rubén. Estallo en risa al ver el cuadro.

—No me jodas, Fran, no me jodas. Encima te ríes —me recrimina—. ¿Y ese chichón? No te puedo dejar solo. ¿Te has visto? —Se ríe.

—Tenías que verte tú…

—No sabes cómo me miraba la gente al salir de la tienda. Las chicas me hacían ojitos al ver tanto corazoncito y tanto globo e incluso una señora, doña Gloria, me ha dicho que era una lástima que ya no quedaran hombres como yo. Fran, coño, ¡que esa mujer es un terror, es la más cotilla de Montaves y mañana estaré en boca de todo el pueblo! —se lamenta, entre risas, Rubén.

—Bueno, te vendrá bien. Ya verás, van a ir a ti como moscas a la miel.

—Quita, quita… lo que me faltaba para encima tener follón. Por cierto, ¿dónde está Isa?

—En su casa, ha ido a por las velas adecuadas. Esto ha sido un caos: la velas estaban chorreando cera al suelo, se me vertió el aceite de olor para el baño y al limpiarlo todo me he caído y por eso el chichón, que cada vez me duele más.

Esperamos a que vuelva Isa para distribuir los globos, mientras me pongo una bolsa de guisantes en la frente para que baje la inflamación.

—Pero coge hielo, tío cutre —me dice mi amigo.

—No, que se gasta y lo que ya sería cojonudo es el hielo deshecho y el champán caliente. Con los guisantes estoy perfecto. Toda la vida se ha usado una bolsa de verduras o el típico filete de ternera, ¿no? Pues eso.

Isa vuelve enseguida. Cuando entra se queda mirando toda la estancia, me pide que nos sentemos y nos anuncia que se encarga ella de dar el toque final, cosa que los dos agradecemos. Me pide la caja de la costura y una bolsa de basura. Le entrego todo y la contemplamos extrañada.

Lo primero que hace es ir hacia la mesa y coger los dos candelabros rococó. Cuando creo que los va a cambiar de sitio, la veo meterlos en la bolsa. Y la misma suerte corren los cisnes de cristal. «Tan románticos que los vi yo».

—Te lo dije, que eso a Carlota no le iba a gustar, hortera, que eres un hortera—me dice al oído Rubén.

—No hay quién entienda a las mujeres, tío.

—Mira mira, te apuesto lo que va a hacer ahora…

—¿El qué?

— ¿No ves que va directa a los globos con la aguja de coser en la mano?

PUM PUM PUM PUM PUM PUM suenan los estallidos.

—Pero, Isa, ¿qué haces? ¡Que te has cargado seis globos!

—Salvarte el culo, Fran. Si Carlota ve esos globos rojos y rosas con el «I love you» en plateado y cintas colgando, ella sí que te hubiera colgado, pero por cateto.

—Pensé que le gustaría ver todo decorado por San Valentín y así bonito, todo romántico como os gusta a las tías.

—Una cosa es rebosar amor y romanticismo, y otra rebosar horterada, querido. Mi amiga es una fanática de la decoración, pero navideña; y respecto a lo otro, cree en el amor, ama lo pastelón, pero odia lo cursi. Aprended la diferencia.

—Vaya dos. Sois tal para cual. ¿Os dais cuenta de que me habéis dicho y recomendado lo mismo?

Se hace el silencio e Isa anuncia que va a hacer unos lazos para que los globos que han quedado en pie queden más vistosos. Una vez más, efectivamente hace magia y los globos parecen otros. Enciende las pequeñas velas y las coloca a su gusto.

Después, de una de las bolsas, saca un corazón de peluche. Extiende una manta frente a la chimenea y lo coloca ahí. Luego nos enseña una guirnalda de luces y se encarama a la escalera, para entrelazarla en los barrotes.

—Si hay algo que le gusta a Carlota, parece mentira que no te lo sepas aún, Fran, son las luces —me grita desde arriba.

—Pensé que con las que había eran suficientes ya, pero es una idea genial —reconozco, visualizándome ya con Carlota, desnudos los dos en esa manta que Isa ha colocado frente al fuego, rebozados en chocolate caliente y con la única luz de las guirnaldas y las velas.

«Hostia, el regalo».

—No te lo vas a creer… Con todo lo que hicimos ayer y el día que hemos tenido hoy, me olvidé completamente del regalo —le cuento al oído a Rubén, para que Isa no me oiga.

—¡¿No jodas, macho?! No tienes remedio.

—¿Qué hago?

—¡Y yo qué sé!

—A grandes males, grandes remedios. Le puedo hacer un vale para que se compre algo que le guste.

—Ni se te ocurra, que tu Sustitos se cabrea seguro como hagas eso. Con el genio que se gasta… mejor es que le digas que no ha llegado a tiempo lo que le compraste.

—No, porque eso sería mentirle y no volveré a hacerlo. ¿Qué cojones hago? Después de montar todo esto…

—Lo tengo. Justo el otro día comenté con Isa que este verano sería guay irnos a la playa. Ella me propuso que fuéramos los dos, pero sería genial poder irnos los cuatro juntos, ¿no crees?

—Oye, ¡qué buena idea! Pero ¿no crees que Isa se molestará? Si lo ha pensado para vosotros dos…

—¿Molestarse? Qué va, ella encantada de viajar con su amiga y yo de paso, me quito de planes pseudo-parejiles.

—¡Cómo eres, tío! Pero me has salvado el culo. Cuéntaselo a Isa, que yo mientras voy a hacerle a Carlota una tarjeta con el plan y a medianoche se la doy.

—¡Toma ya!, viajazo el que nos vamos a pegar este verano, colega… Ya lo estoy viendo, sol, playita, cocktails y mujeres. El paraíso debe existir y lo vamos a descubrir —añade Rubén, emocionado.

En ese momento suena mi móvil y veo en la pantalla un mensaje de Sustitos. No voy a contestar para no decirle dónde estoy. Vendrá para acá y aquí la espero yo, a oscuras con todo preparado.

Les hago saber a mis amigos que Carlota está llegando. Ellos recogen sus cosas, me desean suerte y salen de la casa, mientras vuelvo a darles las gracias por ayudarme. ¡Cuándo se dará cuenta Rubén de lo enamorada que está Isa de el!

Me da tiempo a escribir la tarjeta del viaje y a ir al cuarto de baño para abrir el grifo de agua caliente al mínimo y que la bañera se vaya llenando despacito, para que así las sales empiecen a hacer su efecto.

Apago las luces, todo queda iluminado por las velas y las guirnaldas, y el chocolate empieza a fundirse en la fondue. Me pongo detrás de la puerta con el ramo de rosas azules en los brazos y un manojo de globos al lado…

DÍA DE SAN VALENTIN. LONDRES, UNAS HORAS ATRÁS.

CARLOTA

Me despierto agotada después del día que tuve ayer. Ha sido un viaje relámpago, pero cuando me enteré de que liquidaban una famosa tienda de Navidad en Londres, supe que tenía que venir porque todo volaría rapidísimo. Y tal cual, reservé el primer vuelo desde Madrid. Llegué a la capital, cogí el avión y en cuanto aterricé en Londres, me planté en la dirección indicada. Compré tantas cosas para la casona de cara a la próxima Navidad, que no sé cómo haré para guardar todo cuando el pedido llegue al pueblo. «Ya me ayudarán las tres Marías a organizar las cositas».

Fue un día agotador. Las tiendas estaban llenas de gente. Se notaba que hoy era San Valentín, porque había muchos maridos buscando el típico regalo de última hora y, además, pasé por un par de floristerías y vi colas, lo cual sería algo inédito en cualquier otra fecha del año.

No es que yo sea una gran fan de San Valentín, pero conociendo a Fran, con poco ni se ha acordado del día que es, por lo que no espero una supercelebración. El pobre se esmera muchísimo en complacerme, en agradarme y sorprenderme día a día, pero es que es tan poco romántico…, que me resulta difícil pensar en que haya organizado algo por este día. Además, es previsible, ya le tengo calado. Si se ha acordado del santo que es hoy, por ser el primero que vamos a pasar juntos —en caso de que el avión de vuelta no se retrase y lo permita— habrá comprado unas rosas azules y unos bombones que nos comeremos en el sofá, frente al fuego. Después, terminaremos fundiendo chocolate y disfrutándonos como solo nosotros sabemos hacerlo.

«Qué hambre tengo y no de comer precisamente», pienso mientras me muerdo el labio inferior, deseosa por bajarme del taxi y salir del bullicio de Londres. Quiero llegar a casa, a la tranquilidad de mi hogar, tirarme en el sofá con mi chico para que me achuche un rato y, después, saciar las ganas que tengo de él tras estos dos días separados.

Es increíble, pero desde que volvimos de nuestro viaje a Alsacia, no nos hemos separado ni un solo día, y cada uno que pasa es mejor que el anterior. Sin duda, él es mi alma gemela. Solo le falla el puntito Grinch que tiene y la falta de romanticismo, pero eso son minucias comparado con lo que nos aportamos el uno al otro y lo felices que nos sentimos. Seguimos expulsando purpurina y confeti por la boca a cada rato.

Cojo el avión, esperando dormir el rato que dura el trayecto y no puedo creerlo cuando a mi lado cae una señora ávida de conversación. No se calla en todo el viaje. Me ha contado su vida y milagros y me ha hecho contarle la mía. Obviamente, he aprovechado para promocionar mi hotel y me ha asegurado que viajará a conocerlo próximamente, cosa que no tengo tan claro que me apetezca cuando bajo del avión mareada por el aterrizaje y con un dolor de cabeza considerable por culpa de Nieves, que es como se llama la buena señora. «Vaya viajecito me ha metido».

Cojo el coche, ya que aún tengo por delante unas horitas de viaje hasta llegar a Montaves.

DÍA DE SAN VALENTIN. YA EN MONTAVES.

CARLOTA.

Desde el coche veo la casona a oscuras y me extraña, pero pienso que Fran habrá salido con Rubén a tomar unas cervezas. «Casi que mejor, así me ducho tranquilamente y cierro los ojos un ratito para ver si se me pasa el taladro que tengo en la sien».

Cuando abro la puerta, entro con mi maleta, lo veo ahí parado, con las rosas y los globos a su lado, y mi corazón sonríe y empieza a latir tremendamente fuerte. Además, las mil mariposas que siento en el estómago cada día se desbocan y revolotean sin parar, como locas, en mi interior. Una lagrimilla amenaza con escaparse de mis ojos.

¡Ese no es mi Fran, que me lo han cambiado!      

—¿Puedes decirme, por favor, dónde está mi chico, quién eres tú y qué has hecho con él?

—Soy el encargado de hacerte feliz, nena, ya lo sabes. Te lo prometí en aquel puente de Colmar y yo sigo cumpliendo mis promesas.

—Dios, qué bonito. Todo está precioso, esto es lo más emocionante que nadie ha hecho por mí, obviamente excluyendo el viaje a Alsacia en Navidad que te marcaste para reconquistarme —sonrío—.Ven aquí, anda, muero porque me estreches entre tus brazos.

—Y yo muero por ti. ¡Cómo te he extrañado estos días! —susurra en mi oído, abrazándome con todas sus ganas y sintiendo el latir de nuestros corazones, fuerte, al unísono.

No puedo creerlo. Sigo alucinando con la sorpresa. No lo esperaba para nada. Y yo pensando que era previsible el pobre y él, mientras, preparando todo esto para mí, para nosotros. Él solito ha convertido la casona en el hotel del amor.

Llevo la vista al frente y la escalera llama mi atención. Esas guirnaldas de luces amarillas dan un toque tan acogedor como lo hace la chimenea, encendida y con una manta de cuadros extendida delante que nos invita a retozar en ella hasta el amanecer. Al lado, una mesa preciosa, perfectamente bien dispuesta, llena de frutas, quesos y una fondue con chocolate ya derretido que estoy deseando saborear.

Por el otro lado, veo un camino de velas encendidas y pétalos rojos. ¿Puede haber algo más romántico en el mundo que esto que estoy viviendo esta noche?

Y él, que arreglado de esa manera, con camisa negra y chinos, con los rizos repeinados, portando mis flores preferidas en la mano está increíblemente atractivo y apetecible. Ahora mismo es la viva imagen de un hombre enamorado. Está claro que a mí me enamora de cualquier manera, pero es que esta noche está irresistible. Además, la atmosfera acompaña, nos envuelve: todo en penumbra, a la luz tenue de las velas, el salón lleno de globos metalizados flotando en el aire, corazones de todos los tamaños por el suelo… Es un ambiente tan romántico el que él mismo se ha encargado de preparar que no creo que haya nada que supere esta sorpresa. En este instante, cualquiera caería como queso ante un ratón o sardina ante el gato.

Vuelvo al momento, me separo lentamente de él, para retirarle de encima las rosas y dejarle las manos libres, para que pueda hacer y deshacer sobre mi cuerpo libremente.

A continuación, me desprendo del abrigo y del bolso y no tardo ni dos segundos en abalanzarme sobre él, que me coge al vuelo y me mantiene arriba sujetándome con fuerza con sus manos apoyadas en mi trasero.

Le atraigo hacia mí con garra, nos besamos con ímpetu y mucho deseo, como siempre, con las mismas ganas, solo que la sorpresa me ha revolucionado y verlo así de irresistible hace que lo que me apetezca sea desvestirlo a bocaítos y sentirlo dentro de mí, en vez de disfrutar de una cena romántica a la luz de las velas, que podemos hacerlo más tarde, sin prisa. «Ahora la urgencia es otra».

Y lo hago porque cada uno celebra San Valentín o San Polvorín, como queráis llamarlo, a su manera.

—Joder, Sustitos, ¿y tú eres la romántica? Si al final te gusta la jarana más que a mí.

—Algo se me tenía que pegar saliendo con uno de los reyes del ligoteo y del folleteo, ¿no?

—Sigo diciendo que con cada cosa que haces me sorprendes más, lo sabes, ¿verdad?

—Hay que ser prácticos, cariño, la fruta y el queso se comen mejor a temperatura ambiente, pero ese chocolate caliente hay que aprovecharlo, ¿no crees?

—Por supuesto, no puedo estar más de acuerdo contigo, mi amor.

Y no seguimos hablando, no lo necesitamos. No es necesario. Ya nos decimos a diario lo mucho que nos queremos. Ahora solo nos comunicamos con los ojos, que desde siempre han hablado más que nuestras bocas.

Nos contemplamos, como si nos descubriésemos por primera vez, pese a que solo han sido dos días separados.

Nos volvemos a abrazar y siento como mi chico se recrea en mi cuello, paseando su lengua por él sin dejarse ningún rincón por saborear, mientras yo disfruto de su cercanía entre sus brazos inspirando su aroma, que tanto anhelaba.

Nos dejamos caer de rodillas sobre la manta, despojándonos de la ropa con calma, entre caricias y dulces besos y guardo el fotograma en mi memoria, como una escena de una película, donde se ve a los protagonistas entre sombras, mirándose frente a frente con la chimenea encendida crepitando de fondo.

Acabamos cayendo sobre la manta, donde nos devorábamos con pasión y lujuria contenida, porque ya no concebimos nuestros días sin disfrutar de nuestros encuentros íntimos cada vez que podemos.

Solo se oyen nuestros gemidos por encima del chisporroteo del fuego, hasta que alcanzamos a la vez el clímax y los jadeos dan paso a nuestras respiraciones entrecortadas, agitadas, recuperándose, porque ambos hemos quedado exhaustos, y permanecemos tirados uno junto al otro en la manta, llenos de amor y felicidad.

Fran se levanta y yo, aún tumbada, disfruto del espectáculo que es ver su cuerpo al desnudo, imponente, pasando por delante de mí cuando se dirige a la mesa, para acercar las fresas y el champán.

Brindamos por nosotros, por todo lo que la vida nos está ofreciendo desde que estamos juntos y, sobre todo, por todo lo que nos queda por vivir. «Que me pinchen que no sangro. No se puede estar más feliz».

Mordemos una fresa a la vez y, después, doy un sorbo a mi copa de champán. Ya lo decía Richard Gere, que el champán potencia esa fruta en la boca, porque hace tiempo que no recuerdo paladear algo tan maravilloso: el sabor de mi chico sumado a esto resulta toda una delicia.

Miramos al fuego, seguimos desnudos y embadurnados de chocolate, pero estamos tan felices que si pudiera detendría el tiempo y me quedaría en este momento para siempre.

—Gracias por todo lo que has hecho esta noche. Ha sido como una película, todo maravilloso. Me has dejado sin palabras.

—Tú sí que eres maravillosa, Sustitos.

—Insisto, habrás tardado muchísimo… No tenías que haberte molestado.

—¿Tardar? ¡Para nada, cielo…han sido un par de ratitos! —dice con esa sonrisa canalla que me vuelve loca. Sé que miente. Claramente habrá tardado muchísimo y habrá contado con ayuda, seguro.

—Vale, sí, algún día, no muy lejano, te explicaré la odisea que ha supuesto preparar esta noche romántica y nos reiremos juntos.

—Estoy deseando saberlo todo. Por cierto, ¿ese chichón tiene algo que ver con…? —me corta y no puedo acabar la frase.

—Mejor no preguntes. Sigamos disfrutando de la noche, así como estamos… No quiero moverme.

—Bueno, en algún momento me gustaría ducharme, que estamos pegajosos del chocolate, cariño.

—Ay, ay, ay, ay, ay, ay, joooooderrrrrrrr. —Oigo que grita Fran, mientras se levanta deprisa y corriendo, y sale disparado hacia el servicio.

Voy detrás y veo agua en el suelo de la habitación y cuando Fran abre la puerta del cuarto de baño, una tromba de agua se nos viene encima.

—¿Qué coño es esto, Fran?—le grito, viendo cómo se acerca a la bañera y cierra el grifo—. ¿Te habías dejado el agua abierta?

—Lo siento, lo siento… Se me olvidó. La abrí y me fui corriendo a recibirte y ya empezamos a…, ya sabes, y se me fue el santo al cielo.

—¿Al cielo? Al infierno te mandaba yo de una patada en el culo por el desastre. Mira la que se ha liado, ¡joder! Mi suelooooo —me lamento.

—Vaya cagada, por intentar ser romántico y hacerte la noche especial, mira la que he formado… Será la falta de costumbre, tendré que practicar más —insinúa, mirándome con ojitos de cordero degollao.

Sé que está sintiéndose culpable, por lo que suavizo el tono, ya que no ha sido aposta. Solo que es un desastre para estas cosas, pero es mi desastre y lo quiero con locura a pesar de eso.

—Déjalo… No te preocupes, que gracias a Dios no ha sido mucho destrozo. Esto lo recogemos en un plis y aquí no ha pasado nada, pero eso sí… ve al pasillo y apaga las velas, con cuidado, que poco más y me churrascas también la casona y ahí sí que salís tú, las velas y los quinientos mil globos que has comprado por la ventana en dirección a la luna.

Se ríe y yo mirándolo, rompo en una carcajada a la vez…, y ahí estamos, los dos en medio del agua, muertos de risa en el suelo durante un buen rato.

Después, mientras él apaga las velas y las recoge, yo friego el cuarto de baño. Entre los dos terminamos de achicar el agua, reventados y sudorosos de todos los esfuerzos que hemos hecho en apenas la hora y poco que llevo en el pueblo.

—Será mejor que nos duchemos antes de cenar, cariño —me sugiere, con toda la razón del mundo ya que estamos hechos un asco.

—¿Juntos?

—Eso ni se pregunta. Ya no contemplo en mi vida las duchas sin ti.

—Al final vas a ser todo un romántico, ya lo verás —le digo, picándolo.

—No te rías de mí, jodida Sustitos. He arruinado la noche y me siento fatal por ello.

—No has arruinado nada, aquí estamos, juntos, felices, pringosos y llenos de chocolate por todos sitios. No se me ocurriría ningún lugar mejor para estar celebrando San Valentín que aquí, ahora, así sucios y contigo.

—Eres perfecta, no te cambiaría por nada del mundo.

—Yo tampoco te cambiaría, pero no inventes más escenas románticas que no son lo tuyo… Mira mi cuarto de baño, la habitación… Quédate con que te quiero como eres y no tienes que ser otra persona, ni más romántico ni más nada.

—Prometido, no improvisaciones a partir de ahora.

—Exacto, del romanticismo ya me encargo yo. Ten en cuenta que ya no tienes que conquistarme, ya me robaste el corazón y te lo quedaste para siempre.

—Error, señorita, te robé el corazón y tú me robaste el mío, incluso mucho antes, pero quiero seguir conquistándote todos los días de mi vida, aunque la líe como hoy, pero no voy a permitir nunca que te desenamores de mí.

—No pienso desenamorarme de ti jamás.

—¿Prometido?

—Prometido. Y, ahora, vamos a la ducha que nos espera esa cena tan deliciosa que has preparado.

Y mientras cenamos y, ahora sí, degustamos con nueces y vino esos quesos que ha comprado y mojamos las frutas en el chocolate fundido de la fondue, dándonos de comer el uno al otro, nos observo, y me parece un sueño lo que estamos viviendo desde que nos reconciliamos.

En cierto momento, saca un sobre y me lo entrega.

—No hacía falta que me regalaras nada. Bastante has hecho ya…

—Ábrelo.

—Ostras, que nos vamos a las islas con Isa y Rubén este verano. Me encanta el plan. ¡Qué calladito os lo teníais! Un regalo increíble, vamos a disfrutar muchísimo. Mi regalo no es tan tan bueno, pero a mí me ha encantado y no me he podido resistir a traértelo.

—La-madre-que-te-parió… ¿Esto son…? —pregunta, sin acabar la frase, mientras pulsa un par de botoncitos sobre la tela que hacen encender unas luces de colores y sonar un villancico un poco chillón.

—Sí, unos calzoncillos navideños con luz y música. Me encantará verte con ellos puestos.

—Sabes lo que significa infinito, ¿verdad? —me pregunta sonriendo.

—¿Significa lo mucho que me quieres? ¿A eso te refieres con infinito?

—A eso también, pero me refería a que empieces a contar del uno hasta el infinito porque yo en el rabo no me pongo eso, faltaría más. No, no y no.

—Una pena, con lo que me gustaría a mí quitártelos con la boca…

—Bueno, pensándolo mejor, digamos que todo es negociable…

—Me encanta que seas duro de pelar y que estés hecho todo un romántico, aunque te quedes en el intento.

—A mí me encantas tú, desde siempre y para siempre.

Cenamos, reimos, nos besamos, bailamos al son de mis cantantes favoritos... En resumen, una velada inigualable.

Al dar por finalizada la noche, cuando llego a la habitación y abro la cama encuentro una nota suya, que solo hace reconfirmarme lo mucho que me adora y lo segura que estoy de que nuestro amor nunca tendrá fecha de caducidad.

Esto es lo que escribió Fran:

«Desde el día que te vi no pude dejar de pensar en ti.

Me robaste primero el pensamiento junto con las horas de sueño,

para después apropiarte de mi corazón y de mi vida entera.

Quiero que sepas que estos meses juntos

han sido los mejores de mi vida con diferencia.

Tenerte a mi lado es lo mejor que me ha pasado nunca.

El que siempre estés ahí, a cada paso que damos

me hace el hombre más feliz del mundo

y yo solo espero hacerte sentir lo mismo cada día

y que no te arrepientas nunca de haberme perdonado.

Feliz San Valentín, Sustitos.

Te adoro,

Fran».

5 Comentarios

  • Neus Aracil

    Me encanta ❤❤❤ un san valentin de puro amor. Adora a Carlota y a Fran cada uno con su forma de ser bonita. Són personajes tan reales con tanto sentimiento, que te hacen ser comlplice.

  • Monica

    Me encanta lo que me he llegado a reír, y he llegado a visualizar la escena paso a paso, la verdad que la parte que se cae y se hace el chichón pobre, Atenea siempre saca lo mejor en cada historia y lo describe con todo lujo de detalles que hace que las lectoras se sientan como si estuviesen viviendo ellas los momentos con los personajes que describe. ⭐⭐⭐⭐⭐

Dejar una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *